En el lenguaje de Jorge Mario Bergoglio hay una expresión que el entonces arzobispo de Buenos Aires utilizó en ocasión de un encuentro de padres de adolescentes en junio de 2009. El tema en cuestión era la educación. Una educación que, según él, debía estar signada por la autoridad y al mismo tiempo tender hacia la libertad. La frase es “¡Aflojale que colea!”
Antes de retomar esta expresión del futuro Papa, me permito hacer un paréntesis. ¡Aflojale que colea! evidentemente hace referencia a un movimiento típico de los barriletes o cometas. En el continente americano el juego de la cometa tiene muchas denominaciones: barrilete, papalote, pizcucha, volantín, pandorga, para no hablar de los nombres indígenas, ya de por sí difíciles de escribir y aún más de pronunciar. Pero en Argentina se llama barrilete y solo barrilete.
Utilizando un lenguaje menos infantil y más científico, lo describiría como un objeto contruído manualmente que puede elevarse y volar gracias a la contraposición de dos fuerzas que se equilibran y se regulan: la fuerza del viento y la tensión de uno o varios hilos que, bien manejados, mantienen el objeto en la posición adecuada para planear. Si quisiéramos conocer los orígenes del barrilete, tendríamos que retrotraernos hasta el medioevo tibetano o las antiguas dinastías chinas, e incluso algunos hablan de ciertas influencias polinesias. Por mi parte, y sin desmedro de los estudios históricos, estoy convencido de que la esencia del barrilete se encuentra en la fuerte inclinación de los niños que entran en la adolesciancia hacia todo lo que, con gran libertad, se desprende de la tierra y se lanza hacia el cielo.
Esto no ha impedido que, en un determinado momento de la historia, los barriletes “subieran de categoría” y pasaron de ser simples juguetes a instrumetos al servicio de la ciencia. En efecto, durante el siglo XIX en los Estados Unidos, el Servicio Nacional de Meterología se sirvió de los barriletes como óptimos (y económicos) instrumentos para efectuar observaciones desde lo alto. Esto fue así al menos hasta el siglo XX, cuando fueron reemplazados por los globos-sonda a hidrógeno.
Retomando el barrilete que nos ocupa, en aquel encuentro con padres, Bergoglio dijo textualmente: “El que trabaja con chicos y no reza es muy difícil que tenga sabiduría. Una sabiduría que humanamente yo llamaría del barrilete. Saber remontar un barrilete. El que no sabe remontar un barrilete no sabe trabajar con chicos”. Después explicó mejor la imagen con estas otras palabras: “Cuando vos remontás un barrilete tenés que mirar cómo está el viento, de dónde lo vas a tirar. Empieza dale y dale, hasta que ya está, tiene sustratos de aire para planear y empieza a subir, a subir y a subir, por ahí se enloquece… aflojale que colea porque no te aguanta más, después le das el tirón, lo estabilizás de nuevo”. Y al final sacó las conclusiones del caso: “Saber remontar un barrilete. Saber cuándo hay que aflojar porque está coleando y cuándo hay que pegarle un tirón porque debe estabilizarse. Es un trabajo paciente. Es un trabajo que exige despojo. O sea, los chicos que yo acompaño no son para mí, no son mis hijos, son para que crezcan y levanten vuelo y vuelen solos después».
La paternidad responsable, la que se preocupa por la seguridad de sus hijos, no los encierra frente a los peligros de la vida, sino la que les enseña cómo vencerlos o sortearlos, según el caso. La vida es un riesgo, es cierto. Pero no afrontar los riesgos o no dejar que nuestros hijos lo hagan, no es vivir. Y menos según el Evangelio.
Otro recuerdo más lejano de Bergoglio en relación con esta imagen del barrilete, lo encontramos en el libro de conversaciones con los periodistas Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, El jesuita. “Esto me hace acordar cuando éramos chicos y remontábamos
un barrilete en la placita de la vuelta. Hay un momento en que la cometa entra en un movimiento de ochos y se viene abajo; para evitarlo, no hay que tirar del piolín. ‘¡Aflojále que está coleando!’, nos gritaban los que sabían. El sostener el barrilete semeja la actitud que hay que tener frente al crecimiento de la persona: en algún momento hay que darle cuerda, porque “colea”. Dicho de otra manera: hay que darle tiempo. Tenemos que saber poner el límite en el momento justo. Pero, otras veces, tenemos que saber mirar para otro lado y hacer como el padre de la parábola, que deja que el hijo se vaya y malgaste su fortuna pata que haga su propia experiencia”.
Las calles están llenas de peligro, pero no por eso podemos condenarnos ni condenar a nuestros hijos a una cárcel doméstica. La formación cristiana no puede estar exenta de responsabilidades y a cada responsabilidad corresponde una libertad, una posibilidad de ascender, de volar más alto. No debemos esperar que el barrilete colee para soltar hilo, ni esperar el cambio de conducta de nuestros hijos para hacerlos más responsables y darles más libertad.
Los padres que sufren el “síndrome del nido vacío” frente a la partida de sus hijos se sienten – por lejos – mucho más realizados que aquellos padres de la generación “ni – ni” – los que no trabajan ni estudian – cuyos hijos siguen vegetando entre las paredes de la casa paterna. Ellos son los responsables de su frustración, los que no supieron aflojarles el hilo al verlos colear, los que les impidieron crecer, aceptar responsabilidades, asumir riesgos, volar alto.
“Aflojale que colea” – nos remite a la infancia, a los días tranquilos en los que solo esperábamos que hubiera viento y después que nuestros mayores se cansaran de jugar tuviéramos la posibilidad de remontar ese barrilete que – aunque entonces no lo supiéramos – era la representación de nuestra propia vida.
1. Ese Dios católico que nos “primerea” siempre.
2. “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús”
3. Una civilización que está “falseada” tiene urgente necesidad de la esperanza cristiana
4. “Hagan lío”, porque la Buena Noticia no es silenciosa…
5. Esa anulación que elimina al Otro. No se dejen ningunear
6. El Pescador que llama a “pescar” una mirada nueva hacia la sociedad y la Iglesia
7. Qué pena una juventud empachada y triste!
8. “Misericordiando”. Dialogo con el Papa sobre un gerundio curioso
10. ¡Qué Dios me banque! Si Él me puso aquí, que Él se haga cargo
11. El espíritu del soldado y los generales derrotados por el “habriaqueísmo”
12. “Patear para adelante”. Las metáforas futbolísticas de un Papa
13. Esos cristianos alegres y esos con caras de pepinillos en vinagre
14. El “cuento chino” de la abolición de la esclavitud
15. Callejeros de la Fe: entre la escuela y el barro
16. Un consejo para los “trepas” de la Iglesia: vayan a hacer alpinismo, es más sano
18. No somos guachos, ¡tenemos una Madre que nos cuida!
19. Abran las alas y ahonden las raíces. ¡No arruguen!
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