Uno de los momentos que quedarán en la memoria sobre esta visita del Papa Francisco al pueblo y a la Iglesia de Bolivia se refiere al jesuita español Luis Espinal, cuyo asesinato era completamente desconocido fuera de Bolivia y sin embargo se produjo dos días antes del martirio en El Salvador del beato Óscar Romero. Por otra parte ese recuerdo estará siempre unido al Papa Francisco, y no es un detalle menor. Cuando bajaba desde El Alto hacia La Paz, el Papa hizo detener el papamóvil para hacer un momento de silencio y oración cerca del lugar donde fue encontrado el cadáver del misionero español, el 22 de marzo de 1980. Eran los días de una de las dictaduras feroces que durante años sojuzgaron al pueblo boliviano, usándolo como rehén e incluso en muchos casos como “carne de cañón”. La lógica era la misma de siempre: eliminar a uno para que aprendan cien. Ayer Francisco habló desde el papamóvil y dijo: “Hermano nuestro, víctima de intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia. El P. Espinal predicó el Evangelio y ese Evangelio molestó y por eso lo eliminaron”. Invitó después a hacer un minuto de silencio y rezar. Después prosiguió reiterando que el P. Espinal “predicó el Evangelio, ese Evangelio que nos trae la libertad, que nos hace libres. Como todo hijo de Dios. Jesús nos trajo esa libertad, él predicó ese Evanglio”.
Las palabras del Santo Padre hacen amorosa justicia no solo al padre Espinal sino también a miles de mártires ocultos, desconocidos, anónimos, que desde mediados de los años ’60 (golpe militar brasileño) hasta el retorno de los regímenes democráticos (mediados de los ’80) fueron sepultados en silencio, a veces en tumbas clandestinas, sin nombre o marcados con acusaciones ideológicas y políticas infamantes y falsas. Sin embargo, eran hombres y mujeres –cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos- que predicaban “el Evangelio que trae la libertad, que nos hace libres”.
El Papa Francisco, al tomar la decisión de beatificar a monseñor Romero y con su sentido y dolorido homenaje al hermano Luis Espinal, está ofreciendo a los pueblos católicos de América Latina –a las iglesias particulares- la fuerza de la verdad histórica, y su gesto, tan esperado durante décadas, es como una mano que rasga el velo del olvido y del silencio que cubrió a tantos mártires. Ahora estos pueblos y estas iglesias tienen un dolor menos en sus corazones.