Charles Peguy, una de las mentes más geniales y libres del siglo pasado, alcanzó cierta notoriedad en el panorama cultural parisino a principios de 1910, cuando publicó uno de sus cahier, El misterio de la caridad de Juana de Arco. En esta obra teatral, el poeta y ensayista francés imaginó la infancia de Juana de Arco y describió el misterio de su caridad: una pequeña niña de origen humilde que siente dolor por el mal que diariamente germina y se arraiga en los hombres. Un mal que parece ineludible, pero que no la desanima: “los hombres son como son; pero debemos pensar cómo debemos ser nosotros”. Más allá de cualquier juicio moral, con excepcional realismo, la joven no renuncia a pedirle a Dios con insistencia la salvación de todos los hombres.
La historia oficial es conocida: nació en Domrémy en 1412, en plena guerra de los Cien Años, cuando la mayor parte del reino de Francia estaba ocupado por Inglaterra. Inspirada por “voces” divinas solicitó al débil rey Carlos VII que le permitiera encabezar las tropas francesas. El 8 de mayo de 1429 libera Orleáns, pero al año siguiente cae prisionera, la someten a juicio y la condenan a la hoguera por herejía. La quemaron viva en la actual Plaza del Mercado Viejo de Rouen, a pocos metros de la catedral gótica de Nôtre Dame. En 1456 el Papa Calixto III declaró la nulidad del proceso. A principios del Novecientos fue beatificada (1909) y posteriormente canonizada (1920).
El padre Adrián Lozano Guajardo, profesor del Seminario Conciliar de México, acaba de publicar un libro sobre la vida de Juana de Arco. “Su historia todavía tiene algo que decirle a nuestro tiempo”, sobre todo en materia de dictadura del relativismo y de intolerancia religiosa. En su libro, titulado La santidad de Juana de Arco en su vida y en su martirio, el sacerdote mexicano analiza toda la documentación del proceso para demostrar la madurez humana y la santidad de su vida, que entregó hasta las últimas consecuencias en defensa de la verdad. “Santa Juana de Arco distingue muy bien su misión seglar y no la mezcla con la misión de la Iglesia; de hecho, ella en las batallas nunca llama a la gente de la Iglesia, pero le importa que los soldados vivan en estado de gracia”, declara el autor. Una vez que se restableciera el orden en Europa, el sueño de Juana hubiera sido la unión de Francia e Inglaterra. Las dos monarquías podrían unir sus ejércitos para reconquistar Tierra Santa.
Las palabras que Pèguy le hace decir a Raoul de Gaucourt no dejan margen para malentendidos: “vos imágináis, señora Juana, que todos son tan piadosos, tan compasivos, tan buenos como vos: es un grave error. ¡Si conociérais la vida! Pero solo sois una niña, no conocéis la vida, no conocéis el mundo. Los hombres no valen mucho, señora Juana; los hombres son impíos; los hombres son crueles, depredadores, ladrones, mentirosos; aman la juerga; es triste decirlo, pero así son, y en cincuenta años de vida que pasé con ellos, niña mía, siempre fue así como los he visto”.
El juicio de la posteridad no siempre fue unívoco sobre Juana de Arco: no resulta sencillo comprender la coexistencia de una dimensión política y una dimensión eclesial. En los años del socialismo naciente, entre los utópicos inspirados en Jules Guesde, los anárquicos y los reformistas de Jean Jaurés, Pèguy fue el primero que captó esta doble dimensión, y en la dedicatoria afirma: “a todas aquellas y aquellos que habrán vivido su vida humana,/ a todas aquellas y aquellos que habrán muerto su muerte humana para instaurar la República socialista universal/ este poema está dedicado./ Tome ahora su propia parte de dedicatoria aquel que lo desee”.
Las 190 páginas del Padre Adrián Lozano Guajardo quieren volver a iluminar la breve existencia de santa Juana, para sumarse a la misma luz que desde hace siglos se filtra por los majestuosos vitrales de la catedral de Rouen.