«Usted sabe que, a mi edad, los viajes no hacen bien… Uno puede pasarlos pero van dejando su huella… De todos modos voy a México, primero a visitar a la Señora, a la Madre de América. Por eso voy a Ciudad de México. Si no estuviera la Virgen de Guadalupe no iría, porque el criterio del viaje es visitar tres o cuatro ciudades que nunca han sido visitadas por los papas. Pero iré a Ciudad de México por la Virgen”. Con estas palabras el Papa, en la rueda de prensa que ofreció durante el vuelo de regreso de África, resumió el sentido de su próximo viaje, que lo llevará a México desde el 12 hasta el 18 de febrero de 2016. Lo hizo con el estilo al que ya están todos acostumbrados y en uno de los contextos donde parece encontrarse más cómodo. Francisco habla con gusto con la prensa, y habla de todo. En esa oportunidad, durante poco más de una hora, los vaticanistas que lo siguen habitualmente en sus viajes pudieron tratar a fondo los temas más candentes del momento. Desde el problema del HIV en África hasta el caso Vatileaks 2, desde el enfrentamiento entre Rusia y Turquía hasta el cambio político en Argentina que puso fin a doce años de kirchnerismo. Entre los temas que abordó el Papa no faltó una significativa denuncia de los riesgos en los que cae la prensa con demasiada frecuencia: la desinformación, la calumnia y la difamación.
Concretamente con respecto a México, la pregunta que le hizo la periodista de la Catholic News Agency Marta Calderón le permitió al Papa poner de relieve la fuerte impronta mariana de su viaje como peregrino al que hoy es el segundo país católico con mayor población del mundo. En esta semana se habló mucho del próximo viaje de Francisco, y aunque el mismo Francisco afirmó durante la conferencia de prensa a bordo del avión que “las fechas todavía no son precisas”, ya se puede saber con cierta seguridad cuáles serán las etapas del viaje. Después de llegar a la capital, Francisco irá a Chiapas, al sur de la Federación mexicana. Aquí visitará primero Tapachula, en el límite con Guatemala, desde donde comenzará a subir hacia el norte, siguiendo las huellas de San Cristóbal de Las Casas; otra etapa fundamental del viaje será Morelia, capital del Estado de Michoacán, donde el Papa aterrizará el 16 de febrero a la mañana. La última escala prevista es Ciudad Juárez, en el límite con Estados Unidos. Desde allí el Papa volverá al Vaticano.
La elección de los lugares no responden solo a la voluntad que mencionó el Papa de ir a localidades que nunca fueron visitadas por su antecesores, sino que ya en sí misma dice mucho acerca de los contenidos que tocará durante la peregrinación. En primer plano estará seguramente el problema de los flujos migratorios, tanto los que provienen de América Central (Tapachula) como los que se dirigen a Estados Unidos (Ciudad Juárez). También el tema de la integración de los indígenas en el sur del país (San Cristóbal) y la plaga del narcotráfico y de la criminalidad organizada (Morelia) estarán el centro de la atención del pontífice. Sin embargo, Francisco fue muy claro cuando se refirió a la Virgen “Madre de América” como la principal razón que lo lleva a cruzar el Océano. Al punto que incluso dijo que si no fuera por la Virgen de Guadalupe, no iría a Ciudad de México. Pero es una afirmación que no toma en cuenta lo que seguramente será recordado como uno de los eventos más significativos del viaje, vale decir, la visita de Francisco al Palacio Nacional, prevista para el 13 de febrero. Será una visita histórica, porque ningún Papa antes que él puso pie jamás en el “templo” por excelencia del liberalismo mexicano. Sin duda el Papa, con las palabras espontáneas del avión, lejos de querer faltarle el respeto a las instituciones mexicanas ha querido dejar en claro cuál es la estrella polar de su viaje y probablemente se puede decir que de todo su pontificado.
La devoción mariana de Bergoglio es un dato que muchas veces los medios subestiman, quizás porque prefieren poner de relieve otros aspectos (quizás más “efectistas”) del carisma y del temperamento del Papa “que vino del fin del mundo”. Pero es un dato siempre presente en el pontífice que, como obispo de Roma, no pierde la oportunidad de rendir homenaje a la Salus populi romani que se venera en la basílica de Santa María Mayor, tal como lo hizo desde el día siguiente a su elección. Y es un aspecto que, quizás más que muchos otros, coloca a Francisco en la misma línea que sus predecesores, especialmente Juan Pablo II, cuyo amor por la Virgen le hizo ver en México –el único país donde aún los no católicos y los anticlericales pueden llamarse “guadalupanos”- “un espejo de Polonia”, para usar sus mismas palabras.
El próximo sábado 12 de diciembre, en el aniversario de la aparición de la Virgen al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac, Francisco celebrará la misa en la basílica de San Pedro. Confiará a la Virgen de Guadalupe el Año Santo de la Misericordia que comenzó para toda la iglesia el 8 de diciembre pasado, en la fiesta de la Inmaculada Concepción. Es la segunda vez consecutiva que el Papa Francisco rinde homenaje a la Virgen en el corazón de la cristiandad, en el día de su aniversario. Este año, para Francisco, la misa del 12 de diciembre será también una ocasión privilegiada para presentar al mundo el sentido profundo de su próxima visita apostólica. Por otra parte, si se desea encontrar una imagen que sintetice el viaje que llevará al pontífice hasta algunas de las “periferias existenciales” más difíciles de América Latina, difícilmente se podría encontrar otra más evocativa que la Virgen India, venerada en muchas iglesias del mundo como patrona de los migrantes. En este sentido, vale la pena releer las palabras que pronunció Francisco en la homilía del 12 de diciembre de 2014:
“La Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en la “tilma” de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura. Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos americano que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza.
De ahí que nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios, según su estilo, “ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón” (cf. Mt 11,21). En las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo y modo de actuar de su Hijo en la historia de salvación. Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas. Enaltece a los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños, colma de bienes, bendiciones y esperanzas a los que confían en su misericordia de generación en generación, mientras derriba de sus tronos a los ricos, potentes y dominadores.
El “Magnificat” así nos introduce en las “bienaventuranzas”, síntesis y ley primordial del mensaje evangélico. A su luz, hoy, nos sentimos movidos a pedir una gracia. La gracia tan cristiana de que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, “porque de ellos es el Reino de los cielos” (cf. Mt 5,1-11). Sea la gracia de ser forjados por ellos a los cuales, hoy día, el sistema idolátrico de la cultura del descarte los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento o simplemente desperdicio”.