Es más fácil llegar a la Antártida que volver, y los días de estadía planificados se prolongan indefinidamente como las jornadas de luz, que en esta época duran 24 horas. Pero el comienzo de un nuevo año en estas latitudes es verdaderamente fascinante. Durante la noche que no es noche, las silenciosas corrientes marinas trajeron hasta la entrada de la Bahía Esperanza una gigantesca plataforma de hielo. A primera vista el espesor del hielo sobre la línea de flotación tiene la altura de un edificio de diez pisos. Una pista de patinaje para los pingüinos, que se deslizan sobre la superficie y se sumergen como torpedos en el agua helada, un espectáculo que sigue maravillando a los residentes aunque se repite todos los días. Las ocho familias de la base, con sus catorce hijos, tienen las valijas listas desde hace varios días. El maestro de la “Escuela Provincial Nº38” ya terminó las clases, se llama Fredy Miranda y lo enviaron desde Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente. El más pequeño de sus alumnos tiene seis años y el mayor 17. Radio Arcángel San Gabriel se despidió de su audiencia y cerró la transmisión; a partir de ese momento emite solo música grabada, hasta que el equipo sea reemplazado por nuevas voces. El capellán antártico Leónidas Adrián Torres celebró un inédito Te Deum en la capilla San Francisco de Asís, la primera de la Antártida, deseándoles a sus fieles embutidos en camperas y botas térmicas que el Año de la Misericordia sea también una oportunidad de conversión para todos los que viven rodeados de hielos y pingüinos. Mudo testigo de la prédica, el solideo del Papa Francisco que llegó en 2013. “Lo mandó el Papa cuando le dijeron que la capilla antártica lleva el nombre de San Francisco de Asís”, explica el Jefe de la base. También hay una reliquia del santo de Asís “de primer nivel”. Él fue uno de los que la trajeron “el 14 de diciembre de 2014”, explica con precisión muy militar el teniente coronel Fernando Gabriel Estévez, cuya vida está unida con hilo doble al Continente Blanco. Heredó de su abuelo la fascinación por la Patagonia. Recuerda que le decía: “no podemos defender lo que no conocemos, y cuando lo conocemos, lo amamos”; pero también es un enamoramiento que creció con los libros, como los de Hernán Pujato sobre el continente blanco y su clarividente plan de acción de cinco puntos, que presentó personalmente al presidente Perón en 1949: instalar bases al sur del Círculo Polar Antártico, crear un Instituto Antártico Argentino, adquirir un barco rompehielos, trazar una ruta terrestre hasta el Polo Sur y establecer una base polar antártica. Todo eso se fue cumpliendo a través de los años, durante la presidencia de Perón y los gobiernos siguientes. “Yo ya había hecho la experiencia de alta montaña cuando vine a la Antártida, la conocí y me enamoré”, dice el militar. El primer año estuvo solo y después volvió con su familia, su esposa y dos hijas. Ella es la enfermera de la base, Florencia tiene 16 años y Eugenia 14. El oficial agradece a la Virgen de Luján, de la que es devoto, porque pudo cumplir su sueño. “Tenía que regresar al continente el 17 de diciembre junto con las otras familias de la base, pero por diversas razones no fue posible”, explica.
A los pies del glaciar Buenos Aires, con vista al Monte Flora, vive una pequeña comunidad que al terminar cada año comienza una especie de diáspora, mientras van llegando nuevos miembros para sustituirla. Hay personal del Ejército para los trabajos logísticos, de la Fuerza Aérea para las mediciones meteorológicas, y civil, formado por científicos que envía el Instituto Antártico. Son 51 personas en invierno y crece durante el verano con voluntarios que reciben una capacitación previa muy sólida. “Como toda convivencia, la nuestra también tiene normas de funcionamiento que todos conocen a la perfección antes de venir, sobre seguridad en primer lugar”, agrega el militar. El teniente coronel Estévez dirigió el curso de formación antártica que selecciona las personas que vienen a la base. “Un año de preparación, con una etapa en Bariloche donde se aprende a transitar por un terreno escabroso y a rescatar un herido”. Después vuelven a la Dirección Antártica para hacer estudios de geografía, geología e historia de la Antártida, y el que no pasa los exámenes, se queda en el continente. Al final, el entrenamiento en el terreno en Cavihaué, provincia de Neuquén, que completa la formación con prácticas de gestión de una base antártica, y cursos de esquí, moto de nieve y trineo.
Un año se hace largo en la oscuridad, con temperaturas de 35 grados bajo cero y vientos de ciento cincuenta kilómetros por hora en invierno, y días de luz ininterrumpida en verano. Pero la legendaria soledad antártica es cosa del pasado. “Ya no estamos aislados como años atrás, cuando dependíamos del telégrafo y la radio. Estamos más interconectados de lo que se piensa”, explica el coronel Estévez. Y efectivamente es así. El mundo entra a raudales a través de las frecuencias satelitales que transportan las ondas y los byte de las últimas tecnologías. Los residentes están muy presentes en la red, desde los hielos. En tiempo real se reciben noticias sobre las graves inundaciones que afectan las privincias argentinas del litoral, los primeros pasos del gobierno del presidente Macri, las masacres del Isis y la persecución de los cristianos en diversas partes del mundo. También se conoce la encíclica del Papa sobre el ambiente. “Un grito de alarma más que justificado”, afirma el jefe de la base. “Muchas de las preocupaciones que expresa, nosotros las vemos con nuestros propios ojos”. Los vecinos chilenos de la Antártida también lo confirman. La estación científica Glaciar Unión, latitud 79, a unos mil kilómetros del Polo Sur, acaba de difundir noticias alarmantes. Los investigadores de la Universidad de Santiago –científicos de buena reputación en el ambiente- han constatado que en los primeros días de diciembre el agujero de la capa de ozono en la Antártida alcanzó la medida récord de 10 millones de kilómetros cuadrados. “Eso significa –hacen notar en el Instituto Antártico Chileno-, que es más del doble respecto del promedio de este mismo período”.
El teniente coronel Estévez, como los capitanes de los barcos, será el último en abandonar la nave helada. En su curriculum figura otra base, la Belgrano II, la más austral de las bases permanentes argentinas en la Antártida, que él dirigió en 2004. Hace un balance de su última gestión subrayando un punto del que está orgulloso: “Volvemos todos sanos y ese ya es un objetivo logrado. La Antártida –explica- no es trágica ni cómica. La Antártida es seria y merece respeto”.