Manuel Azaña, séptimo presidente de la República española (1936-1939) y último antes de la Guerra Civil, dijo una vez: “La Iglesia se realiza en el martirio”. Un pensamiento fuerte, que algunos consideran casi una provocación, pero históricamente cierto. El abrazo (“¡Finalmente!”), entre el Papa Francisco y el Patriarca Cirilo (“Ahora las cosas serán más fáciles”), a las 20.26 del viernes 12 en La Habana, en cierto sentido -no secundario- se puede considerar también desde la óptica de Azaña. Leyendo la Declaración Conjunta y las posteriores alocuciones del Santo Padre y del Patriarca de Moscú se comprende que la fuerza última que después de tantos siglos de fracasos permitió destrabar el diálogo –superando obviamente muchos obstáculos sin resolver, que se remiten a la nueva fase ayer inaugurada- ha sido el martirio de miles de cristianos, ortodoxos, católicos y de otras confesiones cristianas, asesinados en estos años solamente por ser fieles a su fe. Este encuentro, necesario y posible, postergado quizás demasiadas veces, tiene el sello del martirio, y la sangre derramada lleva a cumplimiento un deseo compartido penetrando en unos y otros como una linfa vital inesperada. En una hora extraordinaria como esta vale la pena recordar las palabras que pronunció el Papa Francisco hace pocos meses: “La unidad de los cristianos no será fruto de discusiones teóricas refinadas donde cada uno intentará convencer al otro del fundamento de las propias opiniones. Vendrá el Hijo del Hombre y todavía nos encontrará discutiendo. Debemos reconocer que, para llegar a las profundidades del misterio de Dios, nos necesitamos unos a otros, necesitamos encontrarnos y confrontarnos bajo la guía del Espíritu Santo, que armoniza la diversidad y supera los conflictos. (…) Queridos hermanos y hermanas, unámonos a la oración que Jesucristo dirigió al Padre: “Que todos sean uno [...] para que el mundo crea” (Jn 17,21). La unidad es don de la misericordia de Dios Padre. Aquí ante la tumba de san Pablo, apóstol y mártir, custodiada en esta espléndida Basílica, sentimos que nuestra humilde petición es apoyada por la intercesión de la multitud de mártires cristianos de ayer y de hoy. Ellos han respondido con generosidad a la llamada del Señor, han dado testimonio fiel, con su vida, de las maravillas que Dios ha cumplido por nosotros, y ya experimentan la plena comunión en la presencia de Dios Padre. Sostenidos por su ejemplo y confortados por su intercesión, dirigimos a Dios nuestra humilde oración”. (Homilía, Vísperas, Basílica de San Pablo Extramuros, lunes 25 de enero de 2016).
En la Declaración Conjunta que firmaron ayer Francisco y Cirilo dicen: “Con la firme decisión de hacer todo lo que sea necesario para superar las diferencias históricas que hemos heredado, queremos unir nuestros esfuerzos para dar testimonio del Evangelio de Cristo y del patrimonio común de la Iglesia del primer milenio respondiendo juntos a los desafíos del mundo contemporáneo. Los ortodoxos y los católicos deben aprender a dar un testimonio común de la verdad en aquellos ámbitos donde esto es posible y necesario. La civilización humana ha entrado en una etapa de cambios epocales. Nuestra conciencia cristiana y nuestra responsabilidad pastoral no nos permiten permanecer indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta conjunta”. Más adelante, en los puntos 8, 9 y 10 agregan: “ Nuestra atención se dirige en primer lugar hacia aquellas regiones del mundo donde los cristianos son víctimas de persecuciones. En muchos países de Medio Oriente y de África del Norte se exterminan familias completas de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, pueblos y ciudades enteros habitados por ellos. Sus templos son bárbaramente arrasados y saqueados, sus objetos sagrados son profanados y sus monumentos destruidos. En Siria, Irak y otros países de Oriente Medio constatamos con dolor el éxodo masivo de cristianos de la tierra donde nuestra fe comenzó a difundirse a todo el mundo y donde ellos viven desde los tiempos apostólicos junto con otras comunidades religiosas” (8). “Pedimos a la comunidad internacional que actúe de manera urgente para evitar que se siga expulsando a los cristianos de Medio Oriente. Levantando nuestras voces en defensa de los cristianos perseguidos, deseamos expresar también nuestra compasión por los sufrimientos que padecen los fieles de otras tradiciones religiosas que también se han convertido en víctimas de la guerra civil, el caos y la violencia terrorista” (9). “En Siria e Irak esta violencia ya ha cobrado miles de víctimas, dejando sin hogar y sin recursos a millones de personas. Exhortamos a la comunidad internacional a unirse para poner fin a la violencia y al terrorismo y, al mismo tiempo, a contribuir por medio del diálogo a un rápido restablecimiento de la paz civil. Resulta esencial asegurar ayuda humanitaria en gran escala a las poblaciones que están sufriendo y a tantos refugiados en los países vecinos. Pedimos a todos los que puedan influir en el destino de las personas secuestradas, incluyendo a los Metropolitas de Alepo, Pablo y Juan Ibrahim, capturados en abril de 2013, que hagan todo lo que sea necesario para su pronta liberación” (10).