VASCO DE QUIROGA EL PACIFICADOR. En las huellas del “Tata Vasco”, el obispo defensor de los indios. Ya comenzó en Roma la causa de beatificación

El Papa recibe un bajorrelieve con el busto de Vasco de Quiroga
El Papa recibe un bajorrelieve con el busto de Vasco de Quiroga

En Morelia, en el estadio dedicado a Venustiano Carranza (1859-1920), destacado protagonista de la Revolución mexicana y co-autor de una de las Constituciones más anticlericales de la historia contemporánea (la de Querétaro de 1917), ayer se vivió otro momento altamente significativo de la visita del Papa Francisco a México. Este es un viaje de gran trascendencia, tanto por sus contenidos como por el impacto que han tenido las palabras pronunciadas hasta el momento –y verosímilmente seguirán teniendo- tanto en el contexto nacional mexicano como en el ámbito de la “geopolítica de la misericordia” que el Papa está diseñando con su magisterio. Sin embargo, también hay otra razón –menos valorada por los medios de comunicación y las redes sociales- por la cual este viaje con todo derecho se puede definir como “histórico”, y es que el Papa está caminando a través de la historia de un pueblo y de una nación que tienen raíces profundas. Raíces muchas veces ignoradas o abiertamente combatidas por la política –como lo demuestra la misma Constitución mexicana, que hasta la histórica reforma de 1992 ha negado la existencia legal de la Iglesia Católica con la que se identifica la casi totalidad de la población- y por la retórica oficial de una Revolución que, tal como sugiere el nombre del partido que ha gobernado el país durante ochenta años, se convirtió en “institucional”, proponiéndose como primer y único principio de la identidad mexicana.

Precisamente con esas raíces se ha tejido la trama del viaje que Francisco está por terminar. Fue evidente ya desde las primeras palabras en Ciudad de México, cuando el Papa invitó a mirar a la Virgen de Guadalupe como la única madre que puede darle a México una “visión completa” de sí mismo. O en Chiapas, donde Francisco –siguiendo las huellas de Juan Pablo II (que fue el primero que visitó el Estado fronterizo con Guatemala en 1990) abrazó la cultura indígena invitando a valorar esa “sabiduría ancestral que porta la multiculturalidad” del país, a la que ya se había referido en el primer discurso pronunciado en el Palacio Nacional. Un renovado y poderoso reclamo a las raíces históricas de la nación mexicana fue luego el de Michoacán, una de las glorias del cistianismo novohispano, infestada hoy por los cárteles del narcotráfico. En la homilía pronunciada en el estado de Morelia, el Papa Francisco, tal como se esperaba, habló de una figura emblemática de la historia de la Iglesia mexicana, el primer obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga (1470-1565), cuyos restos descansan en la catedral de Patzcuaro. La vida del “Tata Vasco” (o Papá Vasco, como lo llamaban en su propia lengua los indios Purhépechas), comenzó con una brillante carrera jurídica en España y luego se consagró a la defensa de los derechos de los indígenas del nuevo mundo, primero como juez de la Segunda Audiencia (Organismo encargado por el emperador Carlos V de gobernar el Virreinato de Nueva España entre 1530 y 1535) y en sus últimos años como obispo de Michoacán.

Francisco agradeció al arzobispo de Morelia mons. Alberto Suárez Inda por haber querido celebrar la misa con el báculo y el cáliz que pertenecieron a Vasco de Quiroga, y a continuación dedicó estas palabras al “español que se hizo indio”: “La realidad que vivían los indios Purhépechas descritos por él como “vendidos, vejados y vagabundos por los mercados, recogiendo las arrebañaduras tiradas por los suelos”, lejos de llevarlo a la tentación de la acedia y de la resignación, movió su fe, movió su vida, movió su compasión y lo impulsó a realizar diversas propuestas que fuesen de “respiro” ante esta realidad tan paralizante e injusta. El dolor del sufrimiento de sus hermanos se hizo oración y la oración se hizo respuesta”.

Actualmente está en curso el proceso de beatificación de Vasco de Quiroga, que tras 17 años de instrucción diocesana –durante los cuales se llevó a cabo un amplio y profundo trabajo de reconstrucción histórica del personaje- el 29 de abril de 2014 se presentó oficialmente en Roma, ante la Congregación para la Causa de los Santos. En esa oportunidad el arzobispo Suárez Inda invitó a los fieles de la diócesis a rezar para que el “Tata Vasco” pueda incorporarse pronto a los santos de la Iglesia Católica y a pedir como gracia por la intercesión del obispo novohispano “el gran milagro de la pacificación en Michoacán”, para que “no sean las armas o el miedo los que prevalezcan, sino el respeto y la justicia por la que tanto luchó”

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