La ayuda a los pobres, las políticas sociales, la educación y la salud fueron el núcleo de las “cordiales conversaciones” que tuvieron lugar en el Vaticano entre el Papa Francisco y el presidente boliviano Evo Morales. Como informa un comunicado de la Santa Sede, “durante las conversaciones se trataron algunos temas concernientes a la actual coyuntura socio-económica del país, considerando especialmente las políticas sociales. También hablaron “de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, recordando la larga tradición cristiana de Bolivia y la contribución decisiva de la Iglesia a la vida de la Nación”.
La síntesis confirma que el Pontífice está al corriente de la preocupación del episcopado boliviano, que días pasados exhortó a la clase política de su país a interrogarse sobre la creciente penetración del narcotráfico y los dramas provocados por el consumo de droga.
“Pero Evo Morales tiene un problema: él mismo”. Así comentó una respetada fuente diplomática la audiencia del presidente boliviano en el Vaticano. Porque las características extraordinarias del diálogo con Francisco corren el riesgo de quedar desvirtuadas por los excesos del mismo Morales, que una vez más se pusieron de manifiesto en los regalos que entregó al Pontífice. El primero, que estaba dentro de una gran caja decorada con dibujos y colores típicamente indígenas, era un busto tallado en madera de Tupac Katari, caudillo indígena aymara (1750-1781) que encabezó una de las revueltas más importantes contra las autoridades coloniales en el Alto Perú, la actual Bolivia, fue torturado y murió descuartizado. Nada más apropiado para poner de relieve una identidad y una historia cuya memoria puede fecundar el futuro. El segundo obsequio vino a confirmar lo anterior: una carpeta con documentos. “Aquí hay una cartita que le mandan los Movimientos Populares”, dijo el presidente Morales, haciendo referencia al encuentro mundial con los Movimientos que se realizó el año pasado, oportunidad en la que Bergoglio hizo una intervención precisamente en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. “Ahora el tema de la coca”, anunció entonces el presidente boliviano, y en el preciso momento en que lo dijo los periodistas comprendieron que el astuto Morales estaba por ofrecer un buen pretexto para los titulares de los medios. “Coca, un bio-banco”, “Coca, dieta citogénica” y “Coca, factor antiobesidad”. El Papa se limitó a tomar los tres libros y respondió solamente “gracias”. Pero el irresistible Evo, a propósito de la bebida tradicional a base de hojas de coca, trató de convencer a Francisco: “Yo la tomo y me hace muy bien. Se la recomiendo. Así aguanta toda la vida”. Bergoglio, en cuya mesa de trabajo no falta nunca el mate, comenzó entonces a devolver las atenciones con el acostumbrado medallón de San Martín de Tours, que cede su capa al pobre. “Vengo de un país cuyo patrono es Francisco, estuve en un sindicato que tenía el nombre de Francisco, y ahora hay un Papa que se llama Francisco”, respondió Morales. Después Francisco le ofreció dos libros: “Ahora le doy dos textos, el primero sobre el amor y la familia (la Exhortación Amoris Laetiia, ndr) y otro mío, “El nombre de Dios es misericordia”, escrito con el famoso vaticanista Andrea Tornielli.
En julio de 2015, durante la visita del Papa a Bolivia, se hizo famosa la foto de Evo entregrándole a Francisco un crucifijo en forma de hoz y martillo. El regalo, que el Pontífice llevó consigo al Vaticano, provocó un enorme revuelo, aunque se trataba de la reproducción de una obra del sacerdote jesuita Luis Espinal, defensor en Bolivia de los obreros y mineros, que fue asesinado por paramilitares del régimen de Luis García Meza el 22 de marzo de 1980, dos días antes que mons. Oscar Romero en El Salvador.
En definitiva, habría que plantearse una pregunta que permitiría superar los estereotipos de una información concentrada en el floklore. ¿Por qué desde Morales hasta Correa y Sanders, todos corren a ver a Francisco? “Los líderes invitados al Vaticano constituyen una “tercera vía” respecto a los conservadores y los progresistas estilo Clinton o europeo”, observa Alfredo Somoza, periodista de origen argentino y analista de política exterior. Somoza considera que estamos asistiendo a “la novedad absoluta de la centralidad de un Papa que se convierte en punto de referencia global para una escuela de pensamiento político”. Para decirlo con todas las palabras: “Los jesuitas siempre fueron acusados de tramoyar en las sombras, pero su primer Pontífice, en cambio, hace política y diplomacia a cara descubierta, logrando resultados exitosos en una empresa por la que nadie hubiera apostado en tiempos de la renuncia del Papa Ratzinger: ver al Vaticano en el centro de la política y la diplomacia internacional y al Papa como punto de referencia de una gran variedad de líderes que comparten con él principios, palabras de orden y relato”.
Ésa es la mirada con la cual se debería observar el diálgo entre Francisco y los líderes mundiales, sin darle tanta importancia al intercambio de regalos.