NOTA AL MARGEN. ¡El privilegio de mirar al Papa con los ojos de la gente simple!

“Sin pensarlo...”
“Sin pensarlo...”

“Los conceptos crean ídolos, sólo el estupor conoce”. La enseñanza de Gregorio de Nisa, gran autor cristiano de los primeros siglos, me vuelve a la memoria cada vez que encuentro en la web comentarios ácidos contra el Papa Francisco hechos por católicos “militantes”. Tienen éstos su propio esquema mental: ser cristianos “de una pieza” para ellos significa mantenerse en un estado de lucha permanente, siempre al pie del cañón, con el ceño fruncido y furiosos contra el mundo. Lamentablemente el Papa Francisco se obstina en no adaptarse a este esquema. De hecho, a estos católicos no les gusta, porque no grita todos los días contra el aborto, la eutanasia y el matrimonio gay.

No los asombra nada que no corresponda a  sus “conceptos”. Por ejemplo, el pensamiento de que besar a un discapacitado o deforme, o estrechar contra su pecho a un recién nacido que sufre una grave enfermedad genética, puede ser una predicación  más evidentemente fuerte sobre el valor de la vida que organizar continuos referendos o marchas por las calles.

Hay otro enigma, en mi opinión. Algunos católicos que se consideran puros y duros, en vez de alegrarse por la simpatía que despierta el Papa en tantas personas alejadas de la Iglesia (y tal vez pensar cómo podrían ayudar, con su propio testimonio, para que volvieran), se sienten fastidiados. Síndrome del hermano mayor del hijo pródigo, tal vez. ¿Cómo es posible que nosotros que siempre dimos la cara, que durante años mantuvimos en alto las banderas e hicimos frente a los ataques… y ahora estos que vienen de lejos, incluso del lado opuesto de la trinchera, la sacan tan barata con un pequeño gesto y toda esa misericordia “a bajo costo”?

Me ha parecido patética, tristemente patética, la euforia mal disimulada detrás de una aparente indignación con que los devotos del ateo devoto Ferrara, director del diario italiano Il Foglio, reaccionaron  contra el grosero pronunciamiento de una comisión de la ONU contra el Vaticano sobre el tema del clero pedófilo. Es algo grave, sin duda, y en efecto la Santa Sede respondió inmediatamente, con puntualidad y firmeza al respecto. Pero no era eso lo importante. El caso de la ONU era sólo un pretexto para brindar porque, finalmente, “se rompió la tregua” entre la Iglesia y el mundo. Estaban deseando sacudir el polvo de los viejos uniformes de combate y volver a la guerra. Porque si no hay un enemigo, se sienten perdidos, ya no saben qué hacer. Reaccionarios en el más puro sentido técnico y semántico de la palabra: el que se deja definir por la reacción contra otro. No por las cosas positivas, de las que hay en abundancia.

¿Pero qué fue lo que atrajo a los primeros discípulos, haciéndolos seguir a Jesús? Sin duda algunos, según los “conceptos” de su cultura religiosa y política, esperaban un Mesías que viniera a liberar a Israel de los romanos. Un Mesías en contra de, político. Pero después, más allá de sus propios esquemas, lo que se imponía era el estupor frente a esa mirada mansa, frente a esa libertad que lo llevaba a hacer milagros de bondad incluso el día sábado, violando la ley del descanso. Una correspondencia inesperada entre su propia exigencia de felicidad, más profunda de cuanto habían imaginado hasta ese momento, y esa presencia tan humana que ya resultaba inexplicable en términos puramente humanos. “El cristianismo no crece por proselitismo sino por atracción”, la cita de Benedicto que más se repite en los discursos de Francisco.

Tengo el privilegio, como periodista que sigue desde hace muchos años las actividades de los papas, de poder sumergirme en la multitud a menudo caótica que sigue a Francisco en San Pedro, en las parroquias de las periferias o en sus viajes. De ver al Papa con sus ojos. Personas sencillas, que la mayoría de las veces no son capaces de elaborar discursos  sofisticados sobre la fe. Pero instintivamente se puede leer en sus ojos alegres o conmovidos un estupor sano. Uno piensa que debe ser algo parecido, como un pobre signo, a lo que ocurría hace dos mil años por las calles de Palestina. Y olvida los comentarios ácidos de los blogs supercatólicos, las críticas contra el Papa “blandengue”… Y bueno- piensa- que hagan lo que les parezca. Y solamente quisiera aprender el mismo estupor de aquellas personas.

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