“Les entregaron el cuerpo de su hijo con la prohibición de abrir el cajón. La madre llegó hasta un lugar donde había gente conocida y lo abrió. Adentro había basura y huesos de animales”. El episodio lo relata el sacerdote jesuita Pedro Pantoja, quien junto con otros sacerdotes de la misma orden dirige las 54 Casas del migrante que hay en todo el territorio de México y a lo largo de la frontera con Estados Unidos y Guatemala. Agrega un dato terrorífico: 80 mil migrantes desaparecidos durante el doloroso recorrido desde sus países de origen, por lo general en América Central, hasta la frontera norte y más adelante. No se sabe nada de ellos, solamente que cayeron en manos de las bandas de narcos, de secuestradores de migrantes o de traficantes, y en muchos casos, de policías corruptos.
La denuncia forma parte, junto con muchas otras, del V Informe sobre la situación de los derechos humanos que presentó el sacerdote a las autoridades, tanto mexicanas como estadounidenses. “El migrante es un muerte que camina –dice el informe- sin nombre y sin entierro”.
La Casa del migrante del Padre Pantoja está rodeada por zetas, que esperan a los indocumentados para secuestrarlos. “Hemos contabilizado por lo menos 80 mil secuestros”, afirma el sacerdote.

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