DAVID GROSSMAN: EL PODER DE LA AMISTAD. En una entrevista telefónica a la revista “Letras Libres” de Mexico el escritor israelí habla sobre Gran Cabaret

David Grossman
David Grossman

“Los libros siempre son más ingeniosos, valientes y generosos que el escritor”. Palabra de David Grossman, uno de los más grandes escritores contemporáneos. Nacido en Jerusalén hace sesenta y un años, pertenece a la “línea israelí” de la literatura de la segunda mitad del Novecientos, junto con Abraham Yehoshua (1936) y Amos Oz (1939). Su última novela, Gran Cabaret (Lumen, 2015), publicada en Italia a fines de 2014 con el título Applausi a scena vuota, no quiere ser un libro sobre la pérdida o la falta –él perdió un hijo hace menos de diez años durante la guerra del Líbano- sino sobre la definición de lo que es más propio de la naturaleza humana.

Dovaleh, el protagonista del libro, es un cómico macilento de salud precaria. Excéntricos anteojos negros le ocultan los ojos, viste pantalones deshilachados y botas sucias y rotas. Decide llamar por teléfono a un amigo de la infancia para invitarlo a un espectáculo de cabaret. Su objetivo es conocer las reacciones del público, lo que la gente percibe cuando él está en el escenario. Después de algunas dudas provocadas por la extravagante propuesta, Avishai Lazar, un juez jubilado que ha perdido a su amada esposa, acepta. Más de cuarenta años después de su primer encuentro, Lazar y Dovaleh vuelven a verse en un pobre cabaret de Netanya, pequeña ciudad al norte de Tel Aviv. Al mirar la obra el viejo juez descubrirá la vida de su amigo y sobre todo se descubrirá a sí mismo. Por su parte, Dovaleh ha intentado durante esos años redimir su soledad a través de la ironía. Hace bromas sobre el destino de su familia exterminada en Auschwitz. Cuenta a menudo que el doctor Mengele invitó a la cámara de gas a sus tíos, primos y abuelos, pero como es sabido, los criminales no tienen sentido del humor.

 “Los chistes del protagonista no son simplemente una forma de ironía liberadora”, afirma Grossman. “El sentido del humor judío es una forma de enfrentar el dolor; sin embargo, cada chiste tiene un significado íntimo y profundo”. La ironía de Dovaleh no es una máscara tras la cual oculta el dolor y el estado de abandono en que se encuentra, sino que constituye un remedio para muchos de sus problemas. “El poder redentor del humor consiste en hacernos sentir que no estamos a la deriva, que aún somos dueños de nuestro destino, que no somos por entero pasivos ante la arbitrariedad”. Sin embargo, el autor advierte que “el humorismo no debe caer en el cinismo, porque éste evita que asumamos la responsabilidad de lo que ocurre frente a nosotros”.

Los extremistas, en cambio, nunca ríen. El humorismo es una forma extraordinariamente eficaz de libertad. Grossman afirma que “los extremistas son personas herméticas, completamente fosilizadas en sus posiciones. Carecen de movimiento interior. Esta es una de las características del fanatismo. Para tener sentido del humor se necesita la habilidad de ser capaz de moverse con libertad dentro de cualquier situación. Incluso en la peor de ellas, con humor uno no está pasivo, no está fosilizado, no es la víctima”.

En la novela también está presente una necesaria sombra de tristeza. “La tristeza nos permite estar más en contacto con la tragedia que hay en nuestra vida”, sostiene Grossman. Franz Kafka afirmó que la tristeza no es el peor de los sentimientos, sino que coincide con lo humano. La tristeza kafkiana recuerda en ciertos aspectos el aburrimiento de Leopardi. En uno de su Pensamientos el poeta italiano dice que “el aburrimiento es en cierto modo el más sublime de los sentimientos humanos (…) el no poder estar satisfecho de ninguna cosa terrena, ni, por así decirlo, de la tierra entera; el considerar la inacalculable amplitud del espacio, el número y la mole maravillosa de los mundos, y encontrar que todo es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo”.

En reiteradas oportunidades Grossman, que se considera un hombre espiritual, ha declarado que “Dios es el nombre que damos a nuestros temores”. Una afirmación terminante entre cuyos pliegues es difícil comprender dónde se apoya el frágil equilibrio entre esperanza y desesperación. “Lo único sagrado es la vida. No podemos atribuir sacralidad a un templo, santuario o sinagoga”. Son convicciones que no le impiden al escritor israelí mirar con profundo respeto a los creyentes de todas las religiones. “No hay que ser creyente para ser judío. La mayoría de la gente en Israel no es ortodoxa”. La certeza de que la desesperación genera desesperación, así como la esperanza genera esperanza, queda tutelada por el estatuto privilegiado que se le asigna al arte. La experiencia artística sigue siendo uno de los pocos “lugares” protegidos donde el hombre puede observar simultáneamente la vida y el miedo constante de perderla. Grossman está convencido de ello cuando afirma que “todo arte verdadero se desarrolla en el punto de encuentro entre la vida y la muerte”.

Por último, el escritor comparte también sus consideraciones sobre el tema de la justicia. Piensa que los fanáticos no aceptan compromisos y que es algo estéril hablar de justicia en términos absolutos, y al mismo tiempo está también sólidamente convencido de que se debe hacer todo lo posible para construir un diálogo cada vez más profundo, para “empezar a tener curiosidad el uno del otro”. En el caso de los judíos, la vida nunca se puede dar por descontado, porque vivir es algo insólito. Del mismo modo que tener una casa pareció siempre un gesto subversivo. Sin embargo “Si los palestinos no tienen un hogar en Palestina los israelíes tampoco podrán tener uno en Israel. Podremos tener una fortaleza, pero eso no es un hogar”. En las últimas páginas de la novela, descubriendo casi el doble fondo sobre el que está construida la historia de Dovaleh y Avishai, Grossman cita al gran poeta portugués Fernando Pessoa: “Basta existir para ser completo”.

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