UNA PUERTA SANTA DE LA MISERICORDIA EN MEDIO DE LOS HIELOS. Es la puerta –imaginaria- de la capilla San Francisco de Asís, la primera de rito católico construida en la Antártida.

Matrimonio antártico. Foto di Leonardo Proverbio
Matrimonio antártico. Foto di Leonardo Proverbio

Bloques de hielo que flotan como corchos de telgopor; el twin otter vuela al ras de las aguas gélidas de la bahía Esperanza. La línea del horizonte se va acercando, la costa helada es ahora un hilo sinuoso que adquiere espesor a medida que se acorta la distancia. El avión eleva la cota y pasa por encima de los témpanos. Pocos minutos después, los esquíes entran en contacto con el hielo, el motor tose, la estructura vibra como las lengüetas de un órgano, las hélices disminuyen la velocidad hasta detenerse. El twin otter se desliza sobre la superficie hacia abajo, donde los snowcats esperan la carga. Desembarco. Los snowcat completan el último tramo hasta la base en un recorrido que sube y baja siguiendo las caprichosas formaciones de hielo. Y llegamos a la base Esperanza, un complejo de cuarenta edificios anaranjados, diseñados para resistir los vientos helados que pueden alcanzar hasta 200 kilómetros por hora. Se puede entender el lema de la base: “Permanencia, un acto de sacrificio”. Fue fundada un día como hoy, el 17 de diciembre de 1952 –cumpleaños del Papa Francisco- por una patrulla al mando del entonces capitán argentino Jorge Edgar Leal, con un acto donde se cantó el Himno Nacional y se izó la bandera argentina. Antes que él llegara, una ballenera sueca quedó atrapada y destruida por el hielo, y la tripulación buscó refugio en este mismo lugar. Todavía se puede ver la primera edificación de piedra donde increiblemente sobrevivieron un año, hasta que fueron rescatados por la corbeta argentina Uruguay y trasladados sanos y salvos hasta el puerto de Buenos Aires. En realidad fue un acto de misericordia que muchos migrantes de nuestros días no reciben.

En la base Esperanza hoy viven cerca de 60 personas, entre militares y civiles, que colaboran con las actividades científicas y el mantenimiento de las estructuras. Y mientras la base estadounidense McMurdo Station cierra las puertas de la “Chapel of the Snows” y el padre Dan Doyle vuelve a su casa, en la base argentina Esperanza se multiplican los servicios religiosos. “Efecto Francisco”, bromea el padre Leónidas Adrián Torres, que también cumplió las 10 horas de vuelo reglamentarias en el Hércules desde el continente, para venir a celebrar las Primeras Comuniones y un casamiento. Fue una ceremonia sobria: la misa, el diálogo con los niños que recibían el sacramento, la Eucaristía distribuida con el majestuoso telón de fondo de la bahía poblada de pingüinos, dueños de casa indiscutidos de estas tierras heladas que la Iglesia nunca ha abandonado.

El primer sacerdote que llegó a una base antártica fue un jesuita, a bordo de un buque de carga, que desembarcó en el Observatorio Meteorológico de las islas Orcadas del Sur, de soberanía argentina. Como buen pionero de la fe en el continente de los hielos, plantó una cruz de madera de 8 metros de altura, construida en el colegio jesuita de Buenos Aires al que Bergoglio asistió en su juventud. Las crónicas antárticas adjudican a este heroico sacerdote la celebración de la primera misa, el 20 de febrero de 1946, a medianoche y en un altar portátil, con la tripulación del barco. Dejó en el lugar la imagen de la Virgen de Luján. Algunos años más tarde lo siguió un salesiano, Juan Monicelli, quien con una “austera ceremonia” inauguró la base General San Martín, a 187 kilómetros del círculo polar antártico. Después fue un jesuita italiano, Buonaventura de Filippis di Campobasso, hasta llegar al escalabriniano Tarcisio Rubín, declarado Siervo de Dios y postulado para la beatificación por los obispos de dos provincias argentinas, Jujuy y Mendoza. La historia de la presencia antártica argentina siempre estuvo acompañada por signos del catolicismo: capillas, cruces, Vírgenes de distintas advocaciones: de Salta, del Valle, de Loreto, del Milagro, diseminadas por todos aquellos lugares hasta donde ha llegado el hombre en la Antártida. Y también los nombres de los refugios, invariablemente religiosos: Santa Teresita, Cristo Redentor, San Roque, Virgen de las Nieves, San Antonio, San Carlos, Virgen de Loreto, Santa Bárbara.

San Francisco de Asís, en la Base Esperanza donde nos encontramos, se llama la primera capilla de rito católico en estas latitudes. Hoy se encuentra completamente restaurada por un matrimonio, una pareja que pasó aquí un año de servicio y decidió formalizar su convivencia. Un matrimonio antártico que desmiente la fama de “continente de hombres solos”. Aquí se reza, se canta, se tira arroz, y el padre Leónidas Adrián Torres abrió una imaginaria puerta de la misericordia. «El Jubileo es en todo el mundo, no solo en Roma», repite continuamente el Papa Francisco. A cien metros de distancia transmite Radio “Arcángel San Gabriel”, la primera y única radio del continente. En el día de su cumpleaños, recuerdan con emoción cuando fue elegido Papa su compatriota Jorge Mario Bergoglio. Aquel que los cardenales tuvieron que ir a buscar “al fin del mundo”, una expresión que se hizo famosa y aquí tiene una literalidad incomparable. Esa vez la radio interrumpió su programación habitual –santoral, gesta y biografías de los exploradores antárticos- y cuando se recuperaron de la impresión, empezaron a buscar material para difundir el evento.

Felicidades Santo Padre.

RUMBO A LA ANTÁRTIDA. Primeras comuniones en los hielos del continente blanco. El solideo congelado del Papa Francisco

Torna alla Home Page