En una carta escrita al Papa Francisco pocos días antes de su muerte, el dirigente radical italiano Marco Pannella confesó al Pontífice, “He tomado en mis manos la cruz que llevaba monseñor Romero y no puedo separarme de ella”. Pannella, un no creyente, había pedido prestada la cruz pectoral del beato salvadoreño a monseñor Vincenzo Paglia, postulador de la causa de Romero, y sintió una fuerte atracción por la reliquia que le hacía difícil devolverla. Monseñor Paglia, por su parte, confesó que se sintió incómodo por tener que insistir en que se la restituyera, porque la reliquia parecía despertar una sed espiritual en su amigo ateo, que estaba muriendo de cáncer.
El episodio pone de manifiesto la atracción que ejerce la figura de Romero en los ateos comprometidos, y precisamente el desafío que se había propuesto el beato era atraer ese tipo de personas a la fe. “No basta decir: yo soy ateo, yo no creo en Dios, yo no lo ofendo”, dijo Romero en su famosa última homilia dominical. “Si no es cuestión de que tú creas, es que objetivamente tú tienes rotas tus relaciones con el principio de toda vida. Mientras no lo descubras, y no lo sigas, y no lo ames, tú eres una pieza descoyuntada de su origen”, dijo Romero, previendo el anhelo de las personas como Pannella por el Absoluto. La cruz de Romero es un tótem de esa sed de trascendencia de los que trabajan por la justicia.
Mons. Paglia recibió la cruz de Mons. Ricardo Urioste, vicario de Romero, cuando fue nombrado postulador. Le dijo el amigo del mártir: “Esta es la cruz de Mons. Romero. Te la regalo para que te acompañe y te ayude en el trabajo de la Causa, porque será una causa difícil y tendrás que superar muchos obstáculos”. Es una de las varias cruces asociadas con el arzobispo mártir, la más preciosa de tres cruces pectorales utilizadas por Romero durante sus años de arzobispo. Al contrario de lo que muchos dijeron, no es la cruz que llevaba puesta en el momento de su martirio; en realidad Romero la usó muy pocas veces, probablemente debido a su austeridad personal.
Es una cruz pontificia (para un obispo), conocida como una “Cruz de San Chad”, que combina elementos de la “Cruz de Jerusalén” (o “Cruz de los Cruzados”) y la Cruz Cuadrada. Todo el simbolismo que contiene se refiere a la evangelización, a la urgencia de llevar el mensaje de Cristo a los cuatro ángulos de la tierra.
Las oraciones que acompañan el proceso que realiza el obispo al revestirse para la misa pontificial se refieren a la cruz pectoral en el sentido de la disposición personal al martirio: «Munire digneris me, Domine Jesu Christe», reza la antigua plegaria: “Dígnate protegerme, Señor Jesucristo, de toda trampa de los enemigos, por la señal de tu Santísima Cruz: y dígnate conceder a este siervo indigno tuyo, que mientras tenga sobre mi pecho esta Cruz, tenga siempre presente la memoria de la Pasión y las victorias de tus Santos Mártires”.
Hoy esta cruz se ha convertido en un poderoso símbolo de la potencia evangelizadora de su martirio.